«Escribí siempre, desde muy chica. Mi vocación, supongo, estaba clara: yo era alguien que quería escribir. Pero si la escritura se abría paso con éxito en ese espacio doméstico -el jardín, el patio, el cuarto, el escritorio, la cocina, etcétera-, no tenía idea de cómo hacer para, literalmente, sacarla de allí; cómo hacer para, literalmente, ganarme la vida con eso.»
El síndrome. Leila Guerriero. Revista Sábado, El Mercurio, Chile, 2013 (en Zona de Obras).
Pasaron los días y, con ellos, la agitación de diciembre, las fiestas y el resumen a pagar de la tarjeta. Llegó enero: bajó la espuma de ser campeones y campeonas del mundo, subieron las ganas de descansar, hice listas de cosas que quiero comprar, tuve menos tareas laborales y por ende, más tiempo para dedicarle a otros proyectos. No me fui de vacaciones fuera de la ciudad, pero en un puñado de semanas me sumergí en más piletas que en los últimos tres años. Dormí más (y quizás, hasta un poco mejor), miré y leí cosas muy buenas, escribí algunas ideas vagas sobre lo que tengo que hacer, pasé días enteros dedicada al más puro hedonismo de hacer precisamente nada. Y sin embargo, algo sucede.
No hay momento de mi vida en el que no recuerde la llegada de enero como la posibilidad de días infinitos de descanso. De hacer todo eso que durante el resto del año no podía. Entre los 8 y los 10 años el verano era el momento en el que cerraba la biblioteca del pueblo y en el que veía menos a mis amiguitas, pero también el tiempo de ser invitada a colonias de verano que mis mapadres no podían costear. De ir a la playa casi a diario (ese lujo que no sabía que tenía) y de dormir hasta más tarde. Entre los 10 y los 12, además, podía ir sola al centro y jugar tres fichas en el Pump it Up que quedaba cerca del trabajo de mi mamá. Mi pendiente del invierno era ese: mejorar la habilidad con la que pisaba las flechas según la coreografía, deslizarme con fluidez sobre la plataforma metálica, esperar paciente mi turno mientras miraba movimientos y trucos de otras personas para copiarlos. En ese momento no lo sabía, pero fue la primera vez que tuve que hacerle frente a la frustración que me generaba no saber algo y combatir la desesperación con práctica y tozudez. Tampoco sabía que estaba aprendiendo a bailar.
Durante mi adolescencia intentaba hacer que los días, el calor y el fastidio pasen rápido para volver a la comodidad de la rutina. Enero representaba una espina clavada si no me escapaba un par de días a la playa, que había pasado de quedar a unas cuadras de mi casa a estar a cuatrocientos kilómetros. No recuerdo haber sido feliz en esas temporadas: lo cotidiano y los planes alternativos se me presentaron como bellos hace apenas unos años. El verano antes de cumplir la mayoría de edad trabajé en condiciones de explotación inexplicables. Esto inconscientemente sentó un precedente: desde ese entonces padezco mucho someterme a atropellos con mi tiempo. Tampoco supe todavía lo que es tener un trabajo que me guste. Huyo como puedo a las jornadas extensas de cosas que no me interesan en lo más mínimo, porque me recuerdan lo finito que es el tiempo del que disponemos y lo infinita que es la lista de cosas que quiero hacer.
✨ Y acá viene el punto de todo esto: no quiero escribir sobre el verano en verano (¿cuántas veces escribí esa palabra en tres párrafos?) sino sobre qué me pasa con el tiempo en verano.
Antes que nada, es el primer verano en 12 años que tengo que cumplir con responsabilidades laborales. Mis vacaciones obligatoriamente siempre fueron en enero dada mi condición de estudiante (perpetua) y docente durante los últimos cinco años. Hoy ya no estoy atrapada en la dinámica escolar anterior pero tengo que mantener con la mínima energía un trabajo opaco, aburrido, bastante fastidioso. Me tengo que obligar a reconocer que es el primer enero en años en el que no estoy aterrada por lo rápido que se pasó mi tiempo libre y lo pronto que se me avecinan los madrugones eternos, el estado de alerta permanente y el estrés galopante y eso es un punto muy a favor de la historia que mi suerte y yo vamos escribiendo (además del piso que significa tener un trabajo remunerado). Sin embargo, y aunque tuve y tengo planes fantásticos para esta temporada, cargo con una sensación constante de que:
Aún así no me siento más descansada: mi mente no se calla jamás, la agitación es permanente y eso lo está pagando también el resto de mi cuerpo.
Tuve más tiempo disponible del que creía y no lo aproveché para avanzar significativamente con los proyectos que me acercarían a la carrera que estoy intentando robarle a mi propio tiempo [La carrera: escribir como trabajo, de lo que sea. El UX Writing como ámbito laboral aspiracional, la Comunicación como campo de desarrollo profesional. Vamos, que tampoco es un delirio pero lo escribo y lloro.]
Me sigo sintiendo perdida entre mis ganas de hacer mucho [hacer mucho: tener más tiempo libre para estudiar, aprender a tocar instrumentos y otras cosas, mover el cuerpo, recorrer, etc] y mi disponibilidad para hacer poco. Eso hace que tome decisiones con las que no estoy de acuerdo, como decirle que sí a varias cosas que no me gustan [varias cosas: mi trabajo actual, resignar franja horaria, etc].
En este discurso de 2012 destinado a graduades de una universidad de arte, el escritor Neil Gaiman dice que a veces el camino hacia lo que esperamos realizar va a ser claro y que a veces va a ser imposible decidir si estamos haciendo lo correcto, dado que tenemos que balancear nuestros objetivos y deseos con encontrar un trabajo que nos permita comprar comida y pagar deudas.
A mí lo que me trastorna es sentir que vivo anclada en ese camino incierto: que no sólo soy producto de las dificultades que tenemos como generación para proyectar a largo plazo, del contexto actual en el que nos situamos y de la tarea que tenemos (pensarnos como bisagras), sino también que la clase y situación socioeconómica dentro de las que nací me dejaron de alguna manera medio mal parada (la mayoría de nosotres terminamos teniendo una vida bastante similar a la de nuestra familia y a mí eso directamente me aterra). Pero también sé que me cuesta un montón pensar con claridad cuando estoy angustiada y que desde hace unos años vengo haciendo cosas que me acercan lentamente a la vida que hoy deseo. Alguien que está aprendiendo a conocerme pero que al mismo tiempo tiene una mirada más gentil que la mía y la habilidad de estudiar la misma situación desde varias aristas, me regaló este video creo que en parte por eso. Me gustaría compartírtelo también, para que extraigas lo que necesites. La oratoria de Gaiman es hipnótica de todos modos, así que vale la pena hacer click y sentarse a escucharlo. En este enlace, además, te dejo una transcripción en inglés del discurso.
✨ Gaiman agrega que a él le funcionó pensar en la vida que deseaba como una montaña («A distant mountain. My goal») y que sabía que, mientras siguiera caminando hacia ella, todo estaría bien, pero que si tenía dudas, siempre podía detenerse a pensar si las decisiones que iba tomando lo acercaban o lo alejaban de su meta. Me parece una idea útil, pero siento que, en lo personal, ese cielo nublado de angustia y miedo y cansancio que se forma sobre mi cabeza es lo que justamente me impide discernir. Entonces me mareo y me quedo sin saber si me estoy acercando o alejando de la montaña. Mi montaña. Pero después leo esto de Leila Guerriero: «Tengan paciencia porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada.» Y por un ratito entiendo que puedo habitar el miedo y seguir caminando.
Recorre los campos azules
«Poner el pasado en palabras parecía ocioso cuando el pasado ya había sucedido.»
Claire Keegan
📚 El primer libro que leí este año es Recorre los campos azules (Walk the Blue Fields), un volumen de cuentos escritos por la irlandesa Claire Keegan que me encantó. En estos relatos, Keegan explora la vida en la Irlanda rural, toma todos sus lugares comunes y los ilumina con esa prosa melancólica y reflexiva que la caracteriza. El paisaje calmo y silencioso funciona como testigo y fachada de los personajes, que atraviesan situaciones límite: un sacerdote en crisis existencial, una adolescente que migra para huir del abuso sexual de su padre, una pareja atrapada en su matrimonio monótono. Cada cuento retrata la lucha de estas personas (y varias más) contra su propio pasado y la tensión entre la realidad y sus anhelos y deseos.
El trabajo de Keegan me encanta y me recuerda a la prosa del galés Cynan Jones (el autor de Tiempo sin lluvia) no sólo por la elección de escenarios rurales, sino también por cómo construye el clima de cada relato, por la atención al detalle y el foco en lo cotidiano. La autora dijo en esta entrevista para Eterna Cadencia (que edita sus obras) que le interesan los silencios y las cosas no dichas y que va descubriendo la trama a medida que escribe. «No estoy tan interesada en el drama cuando escribo, sino en la tensión. La tensión viene de la pérdida. Sabemos que vamos a perderlo todo al final, así que mientras envejecemos vamos ensayando la pérdida.»
En este libro en particular me gustó mucho que el azul se presente como parte del paisaje (una luz tenue, un cielo despejado) y como metáfora de la melancolía, a modo de hilo conductor que entrelaza los relatos. Mis cuentos favoritos fueron Recorre los campos azules y La hija del guardabosques.
Si bien me pareció un libro muy ideal para leer en otoño (y con un pasaje a Irlanda en el bolsillo), es una lectura preciosa para disfrutar en estos días a la sombra de un árbol. De Keegan quiero leer todo y por suerte aún me queda una novela corta, pero definitivamente es una autora que se ganó mi interés. Y ya que estamos con Irlanda de fondo☘️, más abajo te cuento sobre una de mis películas favoritas de este año que creo que conservará su puesto en el podio en diciembre.
The Banshees of Inisherin
Dirigida por el dramaturgo Martin McDonagh (quizás lo tengas porque es pareja de Phoebe Waller Bridges a.k.a Fleabag o por este Directors on Directors de Variety que hizo con Taylor) es un PELICULÓN por donde lo mires, favorita indiscutida a ocupar el podio de las mejores pelis de mi 2023 (mark my words).
The Banshees of Inisherin (Los espíritus de la isla, en Argentina) es una comedia oscura y en cierto modo, grotesca, que se pregunta por la finitud del tiempo y aborda la depresión y la crisis de mediana edad. En un pueblo monótono dentro de una isla de la costa oeste irlandesa, un violinista llamado Colm (Brendan Gleeson/Ojoloco Moody en Harry Potter) decide terminar de manera repentina su amistad de toda la vida con Padraic (Colin Farrell). Éste, devastado, hará lo imposible para recuperarla.
¿Qué es trascender? ¿Cómo persistimos en la memoria? ¿El arte que dejamos nos vuelve inmortales? Si Colm es un personaje en total crisis por el deseo de hacer y dejar una buena obra artística, Padraic es su antítesis. Ambos representan la dicotomía entre dedicar la vida a perseguir el reconocimiento artístico y trascender a través de las obras que dejamos o construir recuerdos e impresiones íntimas y personales que se quedan con quienes nos sobreviven. ¿Qué legado es el más valioso, entonces: el afecto de quienes nos conocieron y nos recuerdan o la obra material/conceptual que creamos?
Mientras Colm parece que planea pasar el resto de sus días componiendo, Padraic parece incapaz de reflexionar sobre su vida, y por ende, de traer a la conciencia el quiebre hasta que ocurre la catástrofe (o el principio de ella), pero lo sorprendente es que, al promediar la película, responde con un contraargumento.
Párrafo aparte merecen los personajes de Siobhan (Kerry Condon), la hermana bibliotecaria de Padraic y Dominic, “el pibito” del pueblo (Barry Keoghan, el Joker de la secuela de The Batman): tienen mucha fuerza, experimentan también sus propias crisis y angustias y funcionan como las voces más sensatas de la historia.
The Banshees of Inisherin se estrenó la semana pasada en Argentina y viene con 9 merecidas nominaciones a los Oscars bajo el brazo: mejor película, director, actor principal (Farrell y Gleeson), actriz y actor de reparto (Condon y Keoghan), guión original, montaje y banda sonora. A mí me encantó porque me parece que el director logró encontrar una manera muy creativa de tratar temas muy complejos, con un humor retorcido que marca el tono pero no se ahoga en el intento. La fotografía y la música me gustaron muchísimo también, y me saco el sombrero ante la dupla Gleeson - Farrell.
Un dato que no sabía hasta que estuve mirando la peli: Brendan Gleeson es efectivamente violinista así que lo que vemos es real. Otro dato de color: en la peli hay dos sessions de música irlandesa, como parte de las actividades cotidianas del pueblo. ☘️
Lo que estuve…
🎥Mirando:
En enero miré 8 películas nuevas (me parece una cantidad muy digna) e hice un rewatch de Mean Girls. También tuve mi propio Return to Hogwarts porque miré otra vez, en orden y seguidas, todas las de Harry Potter a modo de reconexión con la parte Potterhead de mi personalidad.
De todas las pelis que miré, además de Banhsees, las que más me gustaron fueron Rocky Balboa (I) y Rocky II (sí, las de Stallone) y Triangle of Sadness. Las primeras dos las disfruté mucho y me enganché pese a que detesto el mundo del boxeo. Creo que conecté no sólo con el carisma de Stallone, sino con la historia de alguien a quien subestiman por pobre, y bruto y que termina peleando de igual a igual con un contrincante campeón mundial, híper entrenado y producido. Me gustó que, en Rocky I, lo que en última instancia quería el protagonista era aguantar hasta el final, más que vencer
Respecto a Triangle of Sadness, es de esas que te dejan pensando mucho tiempo después de terminarla. ¿Una pareja de modelos se embarca en un crucero en donde todo puede salir mal? No, una peli en 3 actos que trata sobre las diferencias de clase y las luchas de poder. Parece ser una cosa, luego otra y finalmente es una sátira que trabaja con elementos de lo absurdo y lo grotesco y que, aunque por momentos me resultó incómoda, es MUY buena, mírenla (NO lo hagan mientras comen).
📚 Leyendo:
Finalmente saldé un pendiente que tenía con mi Patria y con mi amor por el oficio periodístico. Conseguí y leí Operación Masacre, la obra pionera del periodismo narrativo latinoamericano escrita por Rodolfo Walsh. Para quienes no conocen: en 1956 los generales Tanco y Valle se sublevaron contra el gobierno de facto que había destituido a Perón en 1955. El levantamiento fue reprimido brutal e ilegalmente. Al mismo momento, en la localidad de José León Suárez, un grupo de civiles poco o nada relacionados con el levantamiento son detenidos y fusilados, logrando algunos escapar milagrosamente. En 1957, a Walsh le susurran la frase «Hay un fusilado que vive» y desde ese entonces se embarca en una investigación exhaustiva que termina en la publicación, por partes, de este libro. Lo novedoso es que el autor no se limita a redactar los hechos, sino que elige utilizar elementos del género literario policial (su especialidad) para provocar un efecto. Y vaya si lo logra.
📍Observando:
🍴 Bilbo Café lo conozco desde que abrió porque se instalaron en mi barrio favorito, sobre la calle en la que viví unos 8 años. Armaron una esquina muy linda que se complementa con una tienda botánica enfrente y volví después de mucho tiempo. Probé el flat white (viene en tazón grande) y me encantó, me pareció de los más ricos que tomé hasta ahora. Siguiendo con la búsqueda de un flat white rico (en la zona donde vivo ya casi desistí de encontrar uno delicioso, cerca y a buen precio), mi podio ahora es: Kajué, Bilbo, Cuervo.
⭐ ⭐⭐ Estoy en plan de comprar algunas cosas relacionadas con ser Campeones del Mundo (tres remeras en particular, una bombilla, algunos stickers), y algo que taché de la lista es este llavero precioso que hace La Cope sobre la atajada más imposible de la historia del futbol.
📍Escuchando: Podcast 9 ¾. Desde 2019, les Potterheads Eliana Masci y Patricio Tarantino se juntan a releer los libros de Harry Potter y charlar sobre uno o varios capítulos por episodio. ¿El resultado? Una revisión muy divertida de la historia, los personajes y el universo Potter desde la perspectiva de fans crecidos. En definitiva, un camino a la nostalgia y un desbloqueo instantáneo de recuerdos. Yo ya llegué a los episodios del libro 2 (actualmente van por el libro 5) y estoy escuchándolos casi compulsivamente. Créditos a mi amiga Anto, que de tanto compartirlo en su IG decidí seguir su ejemplo.
Hasta la próxima
Holaaaa, ¡volví! ¿Cómo estás?
💌 Estoy muy contenta de estar escribiendo Fárrago otra vez. Te voy a ser sincera: no volví renovada ni mucho menos, pero sí entusiasmada por la perspectiva de arrancar una nueva temporada de este newsletter que tanto me gusta hacer (y, como habrás notado, con varias ideas en la cabeza y mucho para compartir).
En estas semanas se sumaron un montón de personas nuevas, así que si sos de ellas, ¡te doy la bienvenida! Me pone muy feliz que quieras asomarte a este mundo de literatura, cine, arte, creatividad y cosas lindas. En la edición pasada dejé esta encuesta anónima para conocerles mejor y repensar este espacio. Si no la completaste y querés dejarme tu opinión, la voy a dejar abierta unas semanas más.
Gracias por leer hasta acá☺️
Si algo te gustó, te dio curiosidad o resultó interesante, podés recomendarle Fárrago a alguien, escribirme o compartirlo en redes y etiquetarme (estoy acá y acá).
¡Que tengas una semana excelente!
Un abrazo,
Sofi